jueves, 10 de agosto de 2017

Los rubescentes estrépitos de La Criolla



                                      Interior de La Criolla. Foto: Gabriel Casas i Galobardes


Cuando la Sala Moog abrió las puertas en 1996 pocos de sus nuevos clientes parecían saber que en ese mismo enclave de Barcelona estuvo durante casi nueve décadas la sala de fiestas y tablao flamenco Villa Rosa, los asiduos del local llegaban a él atravesando poco antes el Arc del Teatre, antesala del Barrio Chino y entre ellos un captador de los bajos fondos como Marc Almond o Amanda Lear en pasadas transformaciones. Aún más costaría imaginar a los nuevos asiduos del club que sesenta años antes a escasa distancia La Criolla iba a marcar una trangresión de desenfreno nocturno que también incluía una eufórica ambientación musical como nos narra Paco Villar en su libro sobre La Criolla:

"Tanto en su escenografía como en su funcionamiento, La Criolla presentaba elementos novedosos que la distinguían de cualquier otro local. Los bajos de una antigua fábrica, decorados con escenas tropicales estridentes y llamativas, ya constituía por sí toda una declaración de intenciones y más todavía si se anunciaba con un enorme rótulo alumbrado con luz de neón que teñía toda la callle del Cid de un tono rojizo. Ni se tocaba ni se bailaba como en los demás sitios. Una orquestina interpretaba las melodías más en boga del momento, entre ellas tangos y jazz, pero de forma más estridente y sobre todo más rápida de lo normal. Y unos bailarines ansiosos por moverse llenaban una pista central iluminada con focos y combinaciones de luces de colores que distorsionaban la realidad. La orquesta se alternaba con una gramola eléctrica conectada a unos potentes altavoces, por lo que puede ser considerado el primer establecimiento de Barcelona donde se bailó con discos y, por tanto un claro precedente de las discotecas. La Criolla irradiaba modernidad.

En este excelente libro de Paco Villar recogen multitud de crónicas que reflejan el cosmopolitismo nocturno del lugar entre las que no pueden faltar las de Sebastià Gasch pero en esta ocasión recojo una del periodista Josep María Planes que hace  hincapié como la anterior en el aspecto musical:

"Un pequeño estrado da cobijo a la orquesta y la protege de las olas que forma el mar enfurecido de la clientela. Esta orquesta toca la música más estruendosa que hemos oído en nuestra vida; cuando la trompeta y el corneta se dicen "ahora viene la mía", hasta las palmeras tiemblan y las botellas del mostrador hacen tring tring. Cuando los músicos se detienen, la mecánica que hay escondida detrás de la pared de enfrente empieza a hacer de las suyas, Parece que hay instalado un aparato de esos que llaman "Parlophone". El hecho es que por dos agujeros protegidos por una tela metálica se oye una música literalmente monstruosa: discos de gramófono con el sonido ampliado hasta el infinito. La voz de Irusta por ejemplo, una vez pasada por toda aquella complicación eléctrica adquiere las proporciones de algo de otro mundo".

Tanto La Criolla cuya actividad comenzó en 1926 como el cercano Cal Sagristá evocaban un ambiente habitual de los bajos fondos de muchos puertos especialmente mediterráneos como Marsella, llenos de marineros, delincuentes y prostitutas, huidos de la justicia o personajes anárquicos y absolutamente transgresores para la época como el llamado Flor de Otoño. Un ambiente plasmado por visitantes y habitantes ocasionales de la zona como Pierre Mac Orlan en "La tradition de minuit", Jean Genet en "Diario de un ladrón" o George Bataille a través de "El azul del cielo". Desde otra óptica Josep María de Segarra en su obra Vida Privada nos narra un hecho habitual como eran las visitas curiosas de la alta burguesía a estos lugares que consideraban pintorescos e inquietantes, no olvidemos que el Liceo estaba muy próximo, he aquí un expresionista párrafo extraído de nuevo del libro La Criolla, la puerta dorada del barrio chino de Paco Villar:

"En un momento dado cambió la luz del establecimiento, y comenzó un juego de luces especiales: un amarillo de ácido pícrico, un azul metileno, un rojo de permanganato; todos los colores resultaban 
escandalosamente farmaceúticos y de clínica de enfermadades venéreas. Con estas luces químicas 
adquiriría repulsivo la parte turbia del establecimiento. Ciertas caras ofrecían una inexpresividad aterradora, traían a la mente ideas del patíbulo, de manicomio, de ficha antropométrica."


                                   Interior de La Criolla. Foto: Josep María Segarra i Plana


Exteriores de La Criolla. Fotos de Gabriel Casas i Galobardes y Josep María Segarra i Plana


Interior de Casa Sacristán rebautizado como Wu Li Chang. Fotos:Josep María Segarra i Plana y Brangulí

             
                                           Baile en la Criolla, dibujo de Oleguer Junyent

Dibujo del pintor Esteban Vicente en el album de invitados


Esplendor y final de La Criolla que fue destruída tras un bombardeo de la aviación italiana durante laGuerra Civil en 1938. Foto superior Gabriel Casas i Galobardes, inferior de Brangulí extraída del blog No te quejarás por las flores que te he traído, altamente recomendable para quien quiera profundizar más en el lugar.

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