miércoles, 20 de marzo de 2013

WERNER HERZOG Conquista de lo inútil



El rodaje del film Fitzcarraldo supuso toda una quimera, tanto o más que la propia trama de llevar un teatro de ópera en medio de la selva o elevar un vapor por una montaña,  los suplicios del rodaje como los delirios de abandono ante el irreal paisaje son magistralmente narrados por Herzog  en forma de diario en este libro del que ha llegado a afirmar que escribe mejor que lo que filma.

Uno de los elementos más destacados del mundo selvático son sus chirriantes sonidos, de hecho en la película la voz de Caruso que surge del gramófono es anulada por los chillidos de los animales. Ante la falta de poder grabarlos como Herzog quiso hacer en su momento, así los rememora en este diario:

Por un momento y creo que es la primera vez de que guardo recuerdo, la Tierra me ha parecido maternal, cubierta de una selva en descomposición, totalmente apaciguada. Una mariposa nocturna, grande y marrón, cargaba contra el suelo de cemento pulido como si quisiera viajar hacia el centro de la tierra, y batía las alas tan fuerte que el ruido como de madera que ocasionaba, junto al chisporroteo y el crujir eléctrico de una moribunda lámpara de neón, parecía formar parte de una sinfonía interpretada desde las profundidades de un cosmos espeluznante, un cosmos que ya se ha preparado para la última cosecha.

La naturaleza ha recobrado el juicio, solo la selva sigue amenazante, inmóvil. El río, ese monstruo, fluye sin sonido. La noche cae muy rápido y, como siempre a esta hora, los últimos pájaros insultan la tarde. Canto ronco, tonos inquietantes y por debajo, uniforme, el chirrido de las primeras cigarras.

El viento aplastaba brazadas de hierba y trocitos de tierra húmeda salían volando. Junto a una choza, entre un poste y un árbol, los críos habían atado un pedazo de cinta magnetofónica toda enredada (seguramente se la había perdido al técnico de sonido), tan bien atada que siguió zumbando y agitándose largo rato, incluso después de que el avión se hubiera perdido de vista.

Ahora es de noche y Gustavo y Claire están sentados conmigo bajo los neones de la oficina, rodeados de mosquitos. No decimos nada. La radio silba y chirría, aunque por momentos se escapa una música, como un xilofón de otras esferas del universo. Por un momento se ha oído claramente una estación de la Unión Soviética.







Las dos últimas fotos corresponden al lugar donde Werner Herzog y su equipo gestionaron Aguirre y Fitzcarraldo, hoy convertido en un hotel donde se pasan por la noche ambas películas.

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